16 Jun
16Jun


En esta pintura se plasma la inmensidad del desierto norteño, con sus áridos suelos que protestan por la ausencia de lluvias, sus coloridas montañas que ocultan los variados minerales que las componen y esas montañas que fuman luciendo sus nieves eternas mientras muestran la febril actividad subterránea. Durante el día disfrutamos del cielo azul, iluminado por un sofocante sol, que es atenuado por la complicidad del viento generoso que sopla aliviando a sus visitantes. Cuando se extiende la sabana de la noche podemos apreciar la grandeza del firmamento plagado de brillantes estrellas y de una esplendorosa luna de plata, la reina de los astros, que alumbra cual antorcha al peregrino en la oscuridad. Descendiendo por este paraje ante nuestros asombrados óculos se nos aparece, como un espejismo, una laguna de ensueño con hermosos flamencos de colores rojizos con una pata escondida y delicados movimientos rosados que se reflejan en sus aguas y que al alzar el vuelo semejan nubes rosas en armonía celestial. Siguiendo nuestro recorrido entre lomas y cerros de colores pardos un maravilloso espectáculo nos espera, es la belleza del valle arcoíris que despliega sus cerros de tonalidades rojizas, verdes y grisáceas, para encantarnos y convertirse en el paisaje más hermoso que podremos recordar. Al centro del cuadro, los rebaños de camélidos nos observan atentos y temerosos, pues la lana de la vicuña es muy apreciada para el abrigo humano mientras que la llama es codiciada por los alimentos y productos que nos proporcionan. Su escasa vegetación nos maravilla con cactus floridos, rojos como la sangre derramada por los pueblos del altiplano y blancos como señal de esperanza de bonanzas. Dos apachetas, montículos de piedras erguidas hacia el cielo para pedir protección a la Pachamama o Madre Tierra, marcan la ruta que conduce hacia el Pucará de Quitor, una imponente fortaleza pétrea de los pueblos atacameños que aún custodia el lugar. Terminamos nuestro recorrido visitando la iglesia más antigua del país, en la localidad de Chiu Chiu, que fue construida el año 1540 en adobe con techo de madera de cactus, donde los hombres de piel morena, dorada por el sol, y las mujeres portando a sus niños en coloridos aguayos al son de las Zampoñas, cada diciembre, entonan uno de los villancicos navideños más tradicionales de nuestro país procedente de nuestra madre patria: Los peces en el río:

Pero mira cómo beben los peces en el río Pero mira cómo beben por ver al Dios nacido Beben y beben y vuelven a beber Los peces en el río por ver a Dios nacer…


"Peces" Óleo sobre tela, 70 x 50, 2017

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